martes, 13 de mayo de 2014

EL LARGO CAMINO A CASA



"Todo empezó con un error en la dirección".
Así empieza la novela Cartero, de Charles Bukowski, y creo que es una frase más que apropiada para empezar esta carta que abre el libro.
Hubo un error, y fue en muchas direcciones. Tantas como habitantes de mi familia hay en este casa y en las distintas calles e instalaciones que hemos vivido.
La tristeza, el dolor, el desengaño, la culpa, la espina clavada de los sueños aún por cumplir, se quedaron a vivir en nosotros. Cuando cambiábamos de lugar, eran tales los daños sin reparar en nuestros corazones, y eran tantos otros los golpes a añadir a nuestras vidas, que al final sólo la palabra supervivencia era la que quedaba en pie, haciéndole sombra al nacimiento de un verdadero cambio.
Quizá el error fue volver siempre a esta casa. Sin embargo, pese a ser una familia en parte desestructurada, nos apoyábamos unos en otros, y pese a las adversidades, sabíamos querernos, abrazarnos, divertirnos, y cómo no: darnos esperanzas. Porque la sangre, desde el corazón, es lo primero que va a la herida.
Por las venas de estas páginas corren las emociones de mi familia.
Algunos de sus miembros, como mi padre y mi madre, son habitantes fijos -exceptuando mi padre biológico al que nunca he visto ni recibido su visita-, y otros, como mis hermanos y yo, hemos ido saliendo y volviendo al punto de partida. Será porque cuando algo se rompe queda un tatuaje de sangre en nuestra piel. Las figuras de ese tatuaje son:
Mi padre, boxeador prometedor que tuvo que abandonar los guantes de joven por un problema de vista, y que vivía en un pozo de alcohol y desánimo.
Mi madre, que con 15 y 16 años dio a luz a mis dos hermanos mayores, y no le dio tiempo de tener sueños.
Mis hermanos mayores: Juan Carlos, y su banda de rock, que soñaba triunfar en la música y y cuyo disco grabado nunca llegó a plastificarse; y que ahora es un sencillo padre de familia. Y Eduardo, que imaginaba alquilar un pequeño local en la costa para dedicarse a su vocación de pintar cuadros al óleo; y que se pasa las noches trabajando en el aeropuerto viendo los aviones alejarse.
Mi hermana pequeña, que nunca pensó en enamorarse tan joven como nuestra madre y ha tirado nueve años de su vida por la borda.
Mi hermano pequeño, al que no abandona la sensación de querer ser uno más de tantos mortales, sin sueños de gran tamaño y poder vivir sencillamente, sin hacer demasiadas preguntas.
Mi tío Manuel, que llegó un día del trabajo y se encontró el piso completamente vacío, desvalijado por su mujer. Mi tío Ángel, que siempre tenía palabras de consuelo y esperanzas por los sueños rotos de todos nosotros, y cada vez se siente más culpable en la espera de los resultados que nunca llegan.
Mis abuelos maternos, Eduardo y Candela, que eran el pilar de nuestras vidas y que al fallecer se desmoronaron los cimientos de la familia.
Y yo, 8 años metido en drogas y alcohol, con ingreso incluido en un hospital psiquiátrico. Pero con un sueño: ser poeta, un poeta limpio allá donde llegase.
Y aquí me tenéis, rehabilitado. Reuniendo a todos estos autores tan admirados por mí y que he leído a lo largo de estos años en las distintas direcciones de esta casa de corazones solitarios. Sería largo contar todo lo que se ha vivido entre aquellas paredes. Por ello, prefiero que hablen los poetas y sus poemas. Sus palabras que siempre me acompañarán en el largo camino a casa, cuyas ruinas fueron apuntaladas por sus versos, y que seguro han sido en algún punto de vuestro camino personal también vuestra compañía, así como también mi puerta es ahora vuestro hogar.
Bienvenidos a la casa de los corazones rotos.





Prólogo de Abel Santos.
Enero 2013. Sant Boi de Llobregat, Barcelona.


APERTURA




Y volverás a esperanzarte
y luego a desesperar
y cuando menos lo esperes
tu corazón va a sanar
va a sanar
va a sanar
y va a volver a quebrarse
mientras le toque pulsar

Sanar
una canción de Jorge Drexler




Subo las escaleras de mi casa
despacio, descontento, taciturno.
Tan sólo un pensamiento me conforta:
Las casas están llenas de frustrados.
De seres como yo, sin aptitudes
para ser singulares en enjambres
pese a aspirar que brillara su luz propia.
Y poco a poco fueron acogiéndose
a un amor, profesión, final destino
que no era el que anhelaban. Y están solos.

La destrucción de la mañana
de José María Fonollosa.